Estuve un tiempo dando clases de estadística en una facultad de cuyo nombre no quiero acordarme. Tenía centenares de alumnos agolpados en un aula inmensa y el programa que debíamos seguir todos los profesores incluía la explicación de la media, la desviación típica, la moda, etcétera mediante, literalmente, el recuento de frecuencias dibujando palitos. (
) Hacía años que existían aplicaciones estadísticas al alcance de cualquier universidad y yo no podía entender cómo era posible que se utilizasen técnicas de un siglo de antigüedad absolutamente inútiles para hacer análisis con grandes números.
Tuve que tutelar a un estudiante de doctorado que se apunto a unas prácticas en una consultora. Cuando le pase unas cifras y le pedí que, con una hoja de cálculo, hiciese diversas operaciones y gráficos, me dijo que no conocía demasiado bien esa herramienta. Era un futuro doctor, de excelente expediente, de una universidad politécnica y en una especialidad de calidad.
Hace unos días, un compañero de trabajo, joven licenciado, que ha superado un sin numero de exámenes para acceder a su puesto, cuyas competencias deberían incluir la consulta frecuente de datos y estudios sociales, me pedía ayuda porque no sabía extraer el promedio de varias cifras (pocas) en una hoja de cálculo. Cuando digo que no sabía, no es que no conociese la función adecuada, es que no sabía la fórmula del promedio (la media aritmética, que, para calcularla, no necesitas ni siquiera la función de la hoja de cálculo).
Me han venido estas historias a la cabeza leyendo a Julen en Alfabetización digital y desaprendizaje y, aunque estoy de acuerdo con él en parte, esas y otras experiencias parecidas me llevan a pensar que el tema de fondo no es digital. Me muevo entre profesionales de técnicas “blandas”, alrededor del coaching y del asesoramiento personal. El divorcio entre sus actividades y las tecnologías no sería admisible entre profesionales de tecnologías “duras”, relacionadas con la producción o la ingeniería. Estoy convencido de que la evolución, la reducción del error y la precisión de estas técnicas “blandas” pasa por el uso de la tecnología de la información ¿Por dónde si no? Pero esos son “otros temas” para la inmensa mayoría de los profesionales relacionados con, precisamente, la información, el diálogo, la colaboración, las técnicas sociales. Entre estos están, por supuesto, los gestores de organizaciones y personas, los mandos intermedios y los directivos.
Si a la hora de fabricar, por ejemplo, un coche se corriese el mismo riesgo de error que el que se corre al tratar a una persona profesionalmente o al hacer una intervención social, las carreteras serían un cementerio de vehículos y estarían plagadas de cadáveres. No se trata de alfabetizar en nuevas tecnologías (¿nuevas todavía?). Se trata de que no se considera necesaria la tecnología y no se considera grave desconocerla. Sólo se esta dispuesto a usarla si te quita trabajo (escribir, calcular, recordar), si te ahorra tiempo; esto es, si te elimina competencias necesarias. Pero no se valora como recurso para hacer el trabajo mejor o, simplemente, bien. Llego a pensar que muchos profesionales temen que las posibilidades de evaluación y medición de estas tecnologías permitan, precisamente, encontrar ese error en su trabajo que ahora es indetectable. Sin ellas, su actividad siempre será impune y sus resultados incógnitos.
En este ámbito, la brecha, me temo, no es digital. Es analógica, muy analógica.
Desde luego que mucho antes que la brecha digital hay otra más profunda. No tengo la menor duda.
Y ¿tienes alguna idea de los cambios necesarios para superarla? Porque, a este paso, en el que las tecnologías ofrecen más y más posibilidades para colaborar, registrar y evaluar mientras que la actitud de estos profesionales no avanza, al contrario, se retrae y se hace más y más desconfiada ¿que va a ser de estas técnicas sociales y personales? Muchos de estos profesionales de la barricada anti-tec tienen como una de sus funciones educar e informar a personas y sectores con problemas y nunca les ofrecerán ni el recurso ni el entrenamiento en algo tan fundamental como las TIC para afrontarlos. Es preocupante.
La pregunta podría ser también… ¿Cómo van a cambiar los analógicos si no se exponen a la forma de trabajar digital y cómo van a tener sensibilidad los digitales -capaces de arrasar con todo- si no se exponen a la forma de pensar de los analógicos?
Manuel Castells en un artículo que publico en La Vanguardia hace bastante tiempo decía que Europa para superar la competitividad necesitaba más sociólogos -como él- y antropólogos y menos ingenenieros. Seguramente lo que necesitamos, y no sólo Europa, es un perfil mucho más integrado e híbrido. Por ejemplo, la fundación i2CAT no existiría sin la imaginación y decisión de un antropólogo como Artur Serra… que fue capaz de estudiar a una comunidad de alta innovación (DARPA) en su quehacer diario. Para ello, lo primero que hizo fue sumergirse en toda su tecnología y el marco mental que generaba.
Lo interesante es cómo lo ponemos en marcha contra una mayoría que está en un lado más analógico, una minoría más digital.
Muy buenos ejemplos. Aunque la observación de Ramón Castells la entiendo, no la comparto en absoluto. Más en tu línea, lo que necesitamos es gente a la que no le importe tanto si tiene el título de ingeniero o de antropólogo (porque uno no “es” una u otra cosa). También creo que nos estamos sumiendo en un maniqueismo analógico-digital. No hay resistencia a “lo digital” por que lo sea. Nadie (o casi) deja de usar un móvil. Lo que ocurre es que los profesionales a los que aludo sólo adoptan lo digital si les ahorra, sobre todo, el uso del músculo cerebral. Cuando lo digital propone un desafío en términos de cambio de paradigma o de método, lo que requiere aportar trabajo neuronal, pensar más en lugar de pensar menos, entonces es cuando se pasan a las trincheras.