¿Nunca os habéis tropezado, incluso caído de bruces, en una trinchera? ¿Jamas, caminando tranquilamente, os habéis dado con un pedazo de agujero que llevaba a un búnquer enterrado? Bueno, en sentido literal, yo tampoco; pero esa sensación de hundirse repentinamente y quedar atrapado en un agujero es lo que se vive en algunos “nichos” laborales. Las personas que viven en esos entornos son como esos soldados de las islas del Pacífico que no se enteraron de que la guerra había terminado hasta pasados varios años. Si caes accidentalmente en uno de esos hoyos laborales puedes imaginarte la sensación de abandono, la desazón del que se siente asediado por doquier. Los profesionales atrincherados apenas ven la luz (figuradamente), ven enemigos y desapegos en todos los que les rodean (literalmente), sean compañeros o clientes.
¿Sabéis de qué hablo? Se trata de una especie de síndrome de la trinchera, que se parecería bastante al de la indefensión aprendida (learned heplessness de Martin Seligman). Se encuentra en grupos de trabajo que no consiguen dar sentido a su labor, pero que, en lugar de tomar una posición crítica o abandonar, han persistido largamente en el mismo tipo de tareas, objetivos y proyectos estériles. El caso es que muchas veces es verdad que su trabajo ya no conduce a nada. Los sistemas tienen unas inercias tremendas y pueden llegar a pasar años y décadas antes de que la luz entre en esos agujeros, cambien sus estrategias y se reestructuren las tareas.
¿Cómo se sostiene un grupo de trabajo (área, departamento) cuya finalidad no tiene apenas sentido ni utilidad?
- Muchas veces gracias a las subvenciones, uno de los principales motivos para hacer cosas sin sentido. La lógica es que si hay una subvención para hacer algo, se haga caiga quien caiga sin que importe en absoluto si lo que hay que hacer se alinea con una estrategia o un beneficio real para la sociedad. Toma el dinero y corre, amigo.
- Otras veces se trata de servicios colaterales sobredimensionados que han pasado de ser un complemento al servicio principal a ser algo que ya no se recuerda porqué empezó y que se convirtió, en algún momento, en finalista por sí mismo.
- También ayuda la existencia de una disciplina, un currículo formativo obsoleto que pervive en algunas personas que son incapaces de renunciar a él y persisten en su empeño de demostrar su utilidad, fracaso tras fracaso.
- Los mercados obsoletos pero que siguen, en coma, con funciones vegetativas. Su decadencia es tan interminable que los que viven de ellos parecen pensar (y tienen sus razones) que mientras hay dinero hay esperanza y que aún hay para varias generaciones de negocio.
Cuando te encuentras con estos casos las quejas son repetitivas y reiteradas, año tras año, experiencia tras experiencia, las cosas no funcionan, siempre por causas externas, se repiten cansinamente las consignas de Calimero: “es una injusticia”, los equipos se aíslan de sus entornos tanto como su contexto se aleja de ellos y de su perenne victimismo, no se da más innovación que la que no se puede impedir, la que se cuela por los mil y un obstáculos y desconfianzas plantados todo alrededor.
No future, pero ahí siguen como un lamento. La velocidad con la que la tecnología ha impelido a los cambios de hábitos personales y laborales sólo ha agravado el síndrome y su evidencia, pero no consigue modificarlos. Permanecen atrincherados, van cada día al trabajo y trabajan para nada parapetados tras una línea Maginot que, de tan inútil, nadie pretende derribar.
No he querido poner ejemplos por ver si reconocéis alguno de estos nichos abandonados y resistentes.
Visto lo cual no tenemos escapatoria. Claro, siempre podemos dejar el trabajo. A ver si puedo dejar también la hipoteca con todos los gastos asociados a ella, las letras del coche, y el resto de servicios que lo mantienen, los recibos varios, colegios y guardería, el gimnasio, esos pequeños caprichitos en forma de libros y/o música que a veces me permito; que no se me olvide aquello que contraté para ver televisión por cable y la conexión ADSL. (aunque tampoco es tanto). Pues visto así, qué me lo impide… Si la culpa la tengo yo, que me he endeudado y vivo por encima de mis posibilidades, soy una inconsciente.
Con todo mi cariño
Inmaculada, no es eso, aunque también es una salida personal, el dejar el trabajo, no es la única alternativa. Lo que trato de presentar es una situación organizativa cerrada y viciada donde se ha cerrado el círculo de lamento-fracaso-lamento sin que haya pista alguna de cómo romperlo. Aunque tu te fueses (si es que estás en un “nicho” de estos) poco cambiaría para el resto del equipo y, probablemente, quien te sustituyese se vería contagiada por el entorno.
Habrá que pensar en las soluciones de cambio, pero nadie está pidiendo sacrificios personales más allá del sencillo gesto de levantar la vista y el complicado primer logro de tomar conciencia del problema. Si te quedes lamentando no poder dejar el curro por tus necesidades de dinero, puedes llegar a empezar con el circulo vicioso sin salida.
Y gracias por el cariño .
Ay, Miguel, si los funcionarios leyéramos blogs…
Iñaki, me consta que los leéis y no sabes cómo celebro que los escribáis.
No sé si lo dices porqué asocies esa descripción a algunos casos de la administración. Pues, la verdad, de los que tengo en mente, ni uno se corresponde a funcionarios. Las diferencias entre administración y empresa en muchos aspectos están exagerados. Como decía Julen en otro comentario, cosas veredes…
De niño caí en una trinchera, en sentido literal. Estaba tapada por unas malezas y todavía era profunda, a pesar de que debió excavarse cuarenta años antes.
Sobre tu formidable comentario (as usual), sin querer generalizar, que no es posible, creo que lo que se manifiesta es la exagerada aversión al cambio que tenemos los seres humanos; aún cuando se percibe en este caso que el trabajo que hacemos no aporta valor, buscamos justificaciones en el entorno para explicarlo.
No puedo estar más de acuerdo contigo. En mi mensaje solo quería señalar que no creo que sea un “problema” de personas, sino de organizaciones y de cómo entendemos las relaciones sociales dentro de ellas. Todo esto sin querer justificar la pasividad y el miedo a la libertad. Como hicieron los/as protagonistas de Fish y de Quién se ha llevado mi queso, quizá la solución pase por proponer alternativas divergentes con el sufrimiento personal y profesional que supone dicha divergencia. Me encuentro en tantas ocasiones compañeros/as de distintas organizaciones, empresas (la mayoría privadas) con esa sensación que a veces creo que no es sino el espíritu de nuestro estado del bienestar. O que estamos en una época de cambio social. Con motivo de las próximas elecciones en casi todos los foros le preguntan a la ciudadanía Cómo quieren que sean sus instituciones. No recuerdo que esto haya ocurrido en pasadas épocas históricas. Quizá no modifiquen nuestro comportamiento pero sí nuestras expectativas y de ahí nuestro estado de ánimo.
La situación que describes se parece bastante a lo que cuentan en FISH y al final, con esfuerzo colectivo y voluntad de cambio. Consiguen darle la vuelta a la situación y que todo el departamento salga del hoyo (vertedero de energía tóxica creo que lo llamaban), en el que se encuentran sumergidos.
En el libro dicen que la clave es la motivación, en este punto, ya podemos dicrepar un poco más.
Saludos, muy bune post.
Félix, Inmaculada, ekaizen, no quería ubicar el tema en el miedo personal al cambio ni en la autojustificación. Naturalmente que el fenómeno del atrincheramiento se aprovecha de esas características tan humanas, pero creo que lo sobrepasa y se convierte en algo cultural, de una inercia aplastante y muy por encima de la gente que se ve atrapada en el agujero.
Ojalá que estemos viviendo en tiempos de cambio de verdad, Inmaculada, y no sólo de ese cambio mínimo necesario para que nada cambie…