Al analizar organizaciones lo que realmente haces, muchas veces, es algo tan aparentemente simple como poner el nombre correcto a las cosas. Al estudiar un organigrama y unos puestos, ves como se ha conseguido sumergir a la organización en un caos de denominaciones equívocas, categorías artificiosas y áreas vacias. Cada caja del organigrama puede llegar a ser la concreción de un despropósito, todas jerarquizadas con un nombre cada una, a cual más intrigante.
Hace poco comprobé como una empresa tenía más de sesenta categorías salariales, de las cuales utilizaba unas 15 y, en realidad, sólo podía justificar media docena. Aparte de los niveles jerárquicos, con unas responsabilidades de coordinación más o menos amplias según su nivel, los puestos de los currantes iban desde el técnico superior en excentricidades disciplinarias diversas a los obsoletos puestos de auxiliares administrativos, el último escalafón en las organizaciones de servicios. Entre uno y otro, al menos cuatro niveles más imposibles de justificar con argumentos objetivos y consistentes.
Esta es una época en que se pretende que algo exista tan sólo nombrándolo de manera rimbombante. Pero lo que se genera es una entidad más falsa que una moneda de madera, sin valor diferencial alguno y cuyo fin principal acaba siendo justificarse a sí misma, a su categoría artificiosa entre las cosas y los nombres.
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En El Mago de Terramar, la novela que inicia la serie de fantasía de Terramar, de Ursula K. Le Guin, los magos más poderosos son aquellos que saben el verdadero nombre de las cosas. Esos nombres son las palabras de la lengua de los dragones, los seres más antiguos, prácticamente extinguidos y habitualmente hostiles a los humanos. La enseñanza de la magia consiste, principalmente, en dominar esa lengua arquetípica. El mago más poderoso sería aquel capaz de conversar con un dragón, cerrar tratos con él y aprender. Quien conozca el nombre del viento, podrá llamarlo o calmarlo y así con todas las cosas esenciales del mundo. A las personas se les da nombre al nacer, pero los magos tienen un segundo nombre secreto otorgado por su mentor. Ese nombre sólo se dará a conocer a aquellos en los que confíes ciegamente, ya que quien lo sepa tendrá poder sobre ti, porque es tu verdadero nombre.
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“Pensamos con el idioma; si se usa mal, pensaremos mal; y si lo cambiamos, pensaremos como aquellos con quienes no nos gustaría pensar.” Escribía Lazaro Carreter en El dardo en la palabra. Un libro imprescindible en estos tiempos que mencionaba. Me lo recordó Iván Lasso hace unos días. Como para tenerlo en la mesilla de noche, para releer el artículo que más te pique, en el autobús o mientras esperas a alguien y reírte, además, con el humor con el que el autor (mal) trata a los lenguaraces que nos asedian.
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Y ya, el último pensamiento enlazado ¿No os parece que la palabra “innovación” lo está impregnando todo hace un tiempo? Con exceso, claro. Nos contagiamos de los tecno-avances y queremos poner esa palabra en compañía de todo: de la administración, de lo social, de lo educativo… La diosa me libre del conservadurismo, pero tanta innovación me empieza a cansar lo suyo y me va a provocar sarpullido. Cuando todo el mundo habla de innovar debe de ser el momento de mirar hacia atrás sin ira y ver que hay de recuperable en lo que se quedo por el camino, rescatar alguna vieja práctica que no se valoró en su momento ¿O no estamos volviendo a poner tranvías?
Empiezo desde el final…La palabra innovación está siendo peligrosamente usada en muchos casos en que sólo se realizón una adición o un cambio y nunca se innovó, por eso todos hablan de innovar sin saber que les están vendiendo un refrito de algo existente.
No he leído El Dardo en la Palabra, voy a leer furtivamente y de pie en la librería unas páginas a ver si me engancho.
Yo hablo la lengua del Dragón, la aprendí hace tiempo cuando enseñaba a jóvenes universitarios como ser futuros gerentes.
En cuanto a los organigramas, tienes razón …ya es hora de destruirlos y comenzar desde cero, creando las posiciones de la empresa desde un punto de vista más permeable y eficaz, dejando los títulos estériles de lado y reduciendo tantos niveles.
Slts
SM
Esto que has escrito me suena. Afasia de Wernicke: innovación.
Si es que todo está innovado, digo inventado, digo escrito…
Cierto, Miguel. Creo que vamos manejando palabras nuevas para hablar de lo mismo que siempre.
Gracias por recordarme a la gran Ursula.
Un placer, Julia.