No suelo ser bien recibido entre las personas a las que investigo, pero no estaba preparado para enfrentarme a la actitud totalmente indiferente y ensimismada de esa gente. Mis preguntas no conseguían nada más allá de respuestas monosilábicas; y casi podría jurar que en algunos podía distinguir telarañas en su mirada. En sus lados de sendos escritorios y protegidos por enormes monitores de ordenador miraban en mi dirección, pero a través mío, mientras trataba de sonsacar información para averiguar dónde se fue. Mi cliente estaba desesperado. No era capaz de vislumbrar horizonte alguno sin ella. Al parecer se había esfumado, pero discretamente, poco a poco, como el humo de una brasa abandonada. Nadie se había dado cuenta, ni él mismo hasta que su completa ausencia se hizo evidente. Vagamente era capaz de recordar como la gente disfrutaba de su presencia alegre, como se esforzaban por satisfacerla; y como, poco a poco, esa agradable inquietud que provocaba su presencia había ido menguando, como las miradas empezaron a hacerse turbias, como la alegría desapareció de cada despacho, poco a poco, uno a uno.
- Por favor, encuéntrela, por lo que más quiera, no importa el precio.
- A veces, no hay precio suficiente. Ha pasado mucho tiempo desde que se fue. Va a ser difícil.
- Ponga todo su empeño, se lo ruego. Sin ella no sobreviviremos. Nos falta el aire. Nos falta el futuro, no hay horizonte.
Sin embargo, excepto mi cliente, nadie parecía ya recordarla. Como si nunca hubiese existido, la gente respondía a mis preguntas con extrañeza. Si ni el recuerdo había sobrevivido, era difícil de creer que ella siguiese viva, escondida, huida, en algún otro lugar desde donde fuese factible su retorno. No soy quien para dar esperanzas. La esperanza quizá, sólo quizá, sea un posible resultado de mi trabajo. Pero yo cobro por los hechos que saco a la luz, por tejer las informaciones que pueden llevar a la verdad; y la verdad no siempre es esperanzadora. Al contrario, puede ser desesperante. En esta ocasión me temía lo peor. Pero en mi oficio los temores no son relevantes y, por lo tanto, seguí escarbando entre el barro que parecía cubrir ese lugar, desplazando el polvo gris que se había acumulado en esas mentes. El polvo que apartaba de una se acumulaba en la vecina y, al poco, había vuelto a distribuirse homogéneamente entre todos, sobre todos.
- Nadie la recuerda ya.
- Yo la recuerdo y eso basta. No se la puede haber tragado la tierra. Al menos quiero conocer la historia.
A cada entrevista mi cliente parecía más resignado a no volver a gozar de su presencia. En ocasiones ése es mi triste papel, enfrentar a la gente a lo que llamamos, tan acertadamente, “cruda realidad”. Me temía que ése fuera el caso en esta investigación.
Ya no contaba con salir con éxito de ese encargo. Cobraría los gastos y la tarifa diaria y renunciaría a encontrarla. Pero un día, al entrevistar a una de las personas más irrelevantes de la casa, entreví en sus ojos un ápice de ilusión, un rastro apenas detectable de esa luz que mi cliente describía como un aura que emanaba de ella. Sin duda esa persona, la última en quien habría pensado, la había sentido hacía poco. Era una trabajadora sin mesa, encargada de la limpieza y del orden de las cosas, que apenas se relacionaba con los demás. Olvidada en un rincón de la organización, nadie le dirigía nunca la palabra mientras todo estuviese limpio y en su sitio ¿Porqué en ella aún perduraba ese simple gozo?
- ¿Sabes dónde está?
- A mí nunca me abandonó del todo. Es triste ver como dejó a todos los demás. Ya nada es lo mismo. Pero yo nunca he necesitado demasiado a los demás. Todo el mundo me ha ignorado siempre. Parece que ella se siente a gusto visitándome en este rincón dejado de la mano de dios.
Esa trabajadora era la clave. Necesitaba averiguar qué era lo que la hacía diferente. Mi cliente no sabía apenas nada sobre ella.
- ¿La de la limpieza? ¿Qué pinta ella en esta historia? ¿Cree que ha tenido algo que ver con su desaparición?
- No, pero creo que en ella está la clave para explicar qué es lo que ha pasado aquí.
- No puedo creérmelo. Esa mujer nunca ha pintado nada.
No me gusta mezclarme con los de recursos humanos, pero ellos debían de tener la información que necesitaba sobre la mujer de la limpieza, y sobre todo el mundo, en definitiva. Crucé la puerta rotulada “Departamento de RRHH” con la sonrisa irónica que me provocaba ese oxímoron. Al principio se mostraron reticentes a entregarme ningún papel o a trastear entre sus ficheros; pero una llamada irritada de mi cliente los sometió lo suficiente como para acceder a dejarme una mesa y inundarla de papeleo irrelevante. Ante la imposibilidad de negarme información, optaron por ocultarla entre ingentes montones de datos burocráticos. Me pasé varios días y algunas noches leyendo basura hasta que encontré una hoja con un curioso gráfico. Se trataba de un conjunto de rectángulos unidos por líneas. En cada rectángulo estaba el nombre de una de las personas de la organización. En lo más alto había un rectángulo especialmente ornamentado con el nombre de mi cliente. El resto del personal se distribuía bajo él en forma de pirámide o de árbol invertido. En la cabecera de la página grandes letras escribían “ORGANIGRAMA”. El conjunto daba una sensación de torpe solidez.
La mujer de la limpieza era la única persona que no figuraba en el gráfico.
Ya lo tenía. La solución es siempre simple cuando ya está ante tus narices. Por fin sabía que había pasado con la motivación.
[PS.: Nada que ver con la peli, sólo el sugerente título]
Una historia triste con final feliz. Y no me refiero al hecho de que fuera encontrada, sino al alivio que supone saber que se fué. Al fin y al cabo, ¿quién quiere trabajar en una empresa que te ignora y ningunea?
No me cansaré de decir que la combustión espontánea como fenómeno paranormal en las organizaciones no existe, que cuando alguien se “quema” hay que averiguar las causas. Como decía mi abuela: “si ves humo es que hay fuego”.
Vaya, yo pretendía mostrar que la “ignorada”, la señora de la limpieza, era la única que aún disfrutaba de la motivación. El organigrama es el asesino
y ella pasó desapercibida…
Siempre me la he imaginado con un vestido rojo ajustado con un gran corte, el pelo revuelto tapando media cara y un cigarrillo con boquilla…vaya… de las difíciles??
Pues precisamente por eso, porque encontró terreno más fértil para seguir disfrutando con lo que hacía, creo que la historia tiene un final feliz.
Estupendo relato… aunque lo de que la señora de la limpieza escapa al organigrama más que misterio no será ciencia ficción?.
.-= En el blog de arati… adolescencia =-.
cumClavis. efectivamente
.
arati, no, qué va, te puedo contar unas cuantas cosas, fantásticas más bien, sobre los organigramas y su relación con la realidad…